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Javier Lostalé



Todos vivimos en la frontera, a un paso de la felicidad y a otro del abandono y eldesamparo. Somos unos refugiados sin territorio que estamos pendientes de que alguien nos nombre para sentirnos habitantes de algún lugar. Nos vestimos cada día sin saber cuántos grados de soledad seremos capaces de alcanzar, o si, por el contrario, nos sucederán tantas cosas que hasta nuestra chaqueta se sentirá extraña. Y al arribar la noche no sabremos dónde estamos, cuánto nos queda para llegar a la maravilla o al precipicio. Libramos una batalla con nosotros mismos enla que somos reyes y mendigos. Mientras nos ponemos la corona del triunfo o del dinero, nuestro corazón despojado muestra sus harapos. Todos vivimos en la frontera, en la invisible línea que separa palabra y silencio. Hablamos y no hacemos sino callar lo que realmente queremos decir. Guardamos silencio y nos desnudamos de tanto contar. Abrimos una puerta y cerramos un sueño. Tapiamos una ventana y los ojos se queman con el paisaje. Recibimos una carta y el tiempo pasado borra sus letras. Entre lo claro y lo oscuro navega nuestro pensamiento, y arde cuando sólo quedan las cenizas. Toca la verdad pero se ve deslumbrado por la mentira. Su alma es la razón y, sin embargo, a veces delira. Nada es como es y todo es como nunca fue. Así, instalados en esta frontera del desconcierto, transcurrimos.

Nuestros labios mueven el aire del beso y una piel se estremece mientras huye. Nuestras manos se tienden sobre un cuerpo y se vuelven sordas. Queremos hacer algo y nos llaman de otra parte. Nos quedamos quietos y giramos veloces empujados por deseos y presencias. Perseguimos lo imposible y pasamos de largo ante lo que nos ofrece su compañía. Afirmamos estar enamorados y nunca medimos el amor por la calma de los días. Decimos «sí», y sólo pensamos en nosotros. Escribimos «no», y entre las dos letras tiembla la duda. Plantamos una rosa y crece sólo la herida hecha por sus espinas. Todos vivimos en la frontera, anudados a la paradoja, sirvientes del dolor en la alegría y de la ignorancia en el saber. Todos vivimos en una lágrima dentro de la felicidad. Todos tenemos lo que perdemos y escuchamos lo que no nos dicen. Todos habitamos aquello de lo que fuimos desterrados. Todos pregonamos unos principios desmentidos luego por nuestros actos. Y al cruzar a la otra orilla nos ahogamos arrastrados por las voces que ya no oímos. ¡Qué delgada frontera abre y cierra nuestra vida!
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De La estación azul, recogido en La rosa inclinada

Pureza

Quédate así. Asumido en tu propia luz.
No quieras tocar las orillas
que en invisible vaivén de transparencias
consuman tus ojos en un halo puro.
Que en tu pecho herido por la rosa inclinada de la tarde
la palabra no sea sino una hoja suspendida en el claro de la tormenta,
una forma luminosa de unos labios exhalada;
y que los cuerpos deriven junto a ti en silencio,
como un bosque arrasado por la luna.
Que alguien ciegue las miradas que resbalan en el vidrio de la madrugada
y en su rayo frío doblan al corzo adolescente.
No sepas nunca el mido de los sotos
que queman las sombras de los trenes.
Voces caliginosas
con lentos relámpagos
te cruzaban el pecho,
más ya tú amabas a un muchacho muerto
con los ojos abiertos en la niebla.
El deseo era un tibio cristal
en el que un árbol desnudo flotase
mientras alguien cruza,
y no roza,
pero queda.
Una lluvia de espaldas
reposaba dulce en tu retina,
mas desde tu frágil tiempo de amor
rehusabas ver sus rostros.
La noche te envolvía en sus olas de yodo
y pasaban los amantes en el contraluz de una nube cárdena
haciendo denso el aire oscuro del río.
Luego, el silencio cercaba puentes
a los que arribabas descalzo en el sueño.
Una mano que no sabes quiere ahora quebrar el pulso de tu mirada.
No digas nada. No regreses.
Quédate así. Bella pasión sola

Niebla

Todos somos niebla. Nos deshabitamos cada vez que otro ser
tiembla su voz inaugural en nuestra sangre,
y ponemos luego la memoria al nivel de la bruma del mar
para abrazar el transparente cuerpo de lo perdido.
Todos somos niebla. Buscamos una mano
y por un precipicio de silencio resbala
la inocencia muerta de su tacto.
Sobre su cadáver crecen las yemas de nuestro sueño.
Todos somos niebla. Pronunciamos un palabra
y el eco nos devuelve olvido.
Pero el corazón, al no tener cura,
navega tan alto como una estrella.
Todos somos niebla. En un rostro besamos nuestra propia herida
para envejecer después sostenidos por aquella llama de sombras.
Todos somos niebla. Miran siempre lo ojos lo que nunca ven
y así se torna la vida anunciación de un tapiado jardín.
Todos somos niebla. El pensamiento carboniza lo que desvela
hasta alcanzar la grávida invisibilidad del abandono
y despertar todavía imágenes con nuestro ojo de vuelo desierto.
El mundo es niebla. Confusos pasos por dentro.
Deslumbrante ceguera de que se abre mientras se cierra.

Una luz…

Una luz en pliegues
iba cercándote
con un ámbito
que ya no era soledad
sino espacio hueco
en el que el pensamiento se nublaba
sin poder reducir a verdad
algo de tu vida,
Como tantas veces
fuiste hasta un cuerpo
buscando más el olvido
que el conocimiento del amor.
Y esperaste luego esas tardes
en que el recinto de lo tocado
nos envuelve mágico
trasladándonos un momento.
No hables: sabes que todo se desvanecerá como un aroma
y quedarás aún más solo.
Callado, vive poderoso en tu derrota.
Nunca nadie podrá conocerte,
pues habitante del dolor
tus ojos se retiran siempre
si alguien llega.
Victoria sea tu tristeza
jamás cantada.

Coloca tus ojos


Coloca tus ojos en un cielo inmóvil
y escucha en el iris el corazón de una imagen que abre su luz;
baja tus párpados hacia su sueño
y quédate en la corola de la lágrima.
No le digas a nadie donde estás
el cruce de rayos tristes en que te borras.
Levanta la palabra en estado puro
para que nadie oiga sino transparencia
y no empuje sin querer la caída sombra de dentro.
Hunde el rostro en su memoria
e ilumínate con su silencio.
Nunca tu secreto ofrezcas
a la temperatura azul de otro cuerpo .
Redime su espacio hasta ti
con tu ya única vida
la quieta celebración del final del llanto.

Hablabais

Hablabais, y las mismas palabras
de un mismo tiempo parecían llegar.
Sofocados exprimíais vida
donde sólo muerte había.
Cielos nuevos querían traer
hasta vuestros ojos un soplo de amor,
pero eran ya sólo vacías sombras
en la que desesperadamente se abrazaban
cuerpos en silencio que el aire quemaba.
Las palabras, enfermas, resbalaban
sobre los pechos de los allí caídos,
y alguno, dulcemente se iluminaba a veces,
como si todavía posible fuese la vida;
pero pronto un oscuro deseo
en la sangre crecía
y mudos ya para siempre quedaban.
Sus cabellos, como lentas llamas
alumbraban paisajes tristes
y un corazón solo
suspendía en su dolor el mundo.
Acaso un pensamiento hubiese podido salvarles
mas sus frentes sin luz yacían,
la memoria ceniza ya sólo de un antiguo fuego,
mientras la tarde era una voz
que en el horizonte los borraba.

Javier Lostalé

Un escritor más conocido por su faceta de animador cultural y militante en los medios de comunicación que por su propio trabajo, pero cuya influencia y cuyo rastro puede encontrarse con facilidad entre los jóvenes practicantes de esta disciplina. Un hombre que escribe, según su propia definición para ser joven y alimentar una esperanza radical, para tener lo que no tengo y escuchar lo que nunca me dijeron y a quién algunos buenos conocedores definen como un místico que, alejado de cualquier implicación puramente religiosa de la palabra, consigue iluminar con sus palabras las sombras de una vida que reconoce como frágil y propicia para la aparición del desencanto.

Nació en Madrid en 1942, y tras estudiar Derecho, su vida profesional ha transcurrido en Radio Nacional de España, donde ha presentado el programa cultural EL OJO CRÍTICO, codirigido LA ESTACIÓN AZUL, programa de poesía de Radio Tres, en el que sigue colaborando y, en general, se he dedicado a la promoción de la lectura. Tarea que fue galardonada en 1995 con el Premio Nacional al Fomento de la Lectura a través de los Medios de Comunicación. Hasta el momento ha publicado cinco libros de poemas reunidos en el volumen titulado LA ROSA INCLINADA, publicado por la editorial Calambur, que también ha editado LA ESTACIÓN AZUL, poemas en prosa. También es autor de una antología temática de Vicente Aleixandre, ANTOLOGÍA DEL MAR Y LA NOCHE, y de una antología sobre la Poesía cordobesa del siglo XXI, titulada EDAD, y publicada por la Fundación José Manuel Lara. Pertenece a la Academia Castellano –Leonesa de la Poesía. Es colaborador y crítico de las revistas MERCURIO Y TURIA, y promueve la lectura en institutos y bibliotecas públicas.



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