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Amada Inmortal

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Carta de Beethoven a su "amada inmortal"

La "Amada inmortal" fue una mujer anónima (probablemente Antonie Brentano, la esposa de un amigo), tal como Beethoven se dirigía a ella en una serie de cartas en el mes de Julio de 1812. En realidad, la expresión usada por Beethoven en alemán es la “Eternamente Amada”.

"...Incluso cuando estoy en cama mis pensamientos van a hacia ti, mi eternamente amada, ahora y entonces alegremente, después otra vez tristemente, esperando para saber si el Destino oirá nuestra plegaria, para hacer frente a vida que debo vivir en conjunto contigo o nunca verte. Sí, estoy resuelto a ser un extranjero vagabundo hasta que pueda volar a tus brazos y decir que he encontrado mi hogar verdadero con usted y envuelto en tus brazos puedo dejar que mi alma flote hasta el reino de almas bendecidos. Ay!, desafortunadamente debe ser así. Debes estar tranquila, tanto más pues sabes que te soy fiel; ninguna otra mujer podrá nunca poseer mi corazón, nunca, nunca. Oh Dios, por qué debe uno ser separado de aquella que le es tan querida. Para más, mi vida en Viena es actualmente desgraciada.

Tu amor me ha hecho el más feliz y el más infeliz de los mortales. A mi edad necesito estabilidad y regularidad en mi vida, ¿puede esto coexistir con nuestra relación? Ángel, acabo de oír que va el correo cada día, y por lo tanto debo sellar ésta, de modo que puedas recibirla inmediatamente. Mantente calma; solamente al considerar tranquilamente nuestras vidas podremos alcanzar nuestro propósito de vivir juntos. Mantente tranquila, amame, hoy, ayer. Qué nostalgia llena de lágrimas por tí, por tí, por tí, mi vida, mi todo. Todos los buenos deseos a tí. Oh, continúa amándome, nunca juzgues mal el corazón fiel de tu amado.

Siempre tuyo
Siempre mía
Siempre de ambos

Hallazgo

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Desnuda y adherida a tu desnudez.
Mis pechos como hielos recién cortados,
en el agua plana de tu pecho.
Mis hombros abiertos bajo tus hombros.
Y tú, flotante en mi desnudez.
Alzaré los brazos y sostendré tu aire.

Podrás desceñir mi sueño
porque el cielo descansará en mi frente.
Afluentes de tus ríos serán mis ríos.
Navegaremos juntos, tú serás mi vela,
y yo te llevaré por mares escondidos.

¡Qué suprema efusión de geografías!
Tus manos sobre mis manos.
Tus ojos, aves de mi árbol,
en la yerba de mi cabeza.

Carmen Conde

Quiero

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"Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos"

P. Neruda

Carta de Kahlil Gibrán a Mary Haskell

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31 de Octubre de 1911

Mary, mi amada Mary, he trabajado todo el día entero, pero no podía ir a la cama sin antes decirte “buenas noches”. Tu carta más reciente es fuego puro, un córcel alado que me lleva hacia una isla donde sólo logro escuchar músicas extrañas, pero que un día comprenderé.

Los días han transcurrido llenos de estas imágenes, voces y sombras, y hay fuego también en mi corazón, en mis manos. Preciso transformar toda esa energía en algo que nos haga bien a los dos, y a las personas que nosotros queremos.

¿Sabrás qué significa quemarse, arder en un inmenso brasero, sabiendo que este incendio está transformando en cenizas todo lo malo, y dejando en el alma sólo lo que es verdadero?

¡Oh, no existe cosa más bendita que este Fuego!

K.G.


Pues, para la abeja, una flor es una fuente de vida.
Y para la flor una abeja es la mensajera del Amor.
Y para ambas, la abeja y la flor,
dar y recibir el placer es una necesidad y un éxtasis.

K. Gibran

Apoyate en mi

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Apoya sobre mi hombro
si por acaso tuvieres
alguna duda lejana
que se haya vuelto rebelde
de tanto andar de puntillas,
hurgando por mis quereres;
que dudo yo que haya dudas
en tus soleados andenes.

Apoya sobre mi hombro
la soledad y el hastío
que te provoca la gente
que ve desde el graderío
tergiversadas las cosas
llamando lluvia al rocío,
vergüenza a una desvergüenza
y a un gran amor, amorío.

Apoya sobre mi hombro
la fiesta de la alegría,
cuando te abarca ese tiempo
de caminar distendida
por las aceras del aire,
sonorizando la brisa
con las campanas al viento
de tu inefable sonrisa.

Apoya sobre mi hombro
la esencia de tu esperanza
no olvides que soy un mago,
tengo chistera y templanza
y puedo hacer maravillas
con mi varita de plata
si vienes conmigo
allá, por donde yo vaya.

Apóyate, apóyate en mí
que te llevaré
adonde quieras ir.
Apóyate, apóyate en mí
y acompáñame
vamos a vivir.



Letra: Alberto Cortez
Música: Alberto Cortez

Pedro Salinas, Carta a Katherine Whitmore

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Madrid, 1 de agosto de 1932

Sólo el peso de tu carta en el bolsillo me servía de prenda, de prueba. Vivía yo en ese rectángulo de papel. Era el lugar más cierto del mundo. Y antes de poder abrirla, así, cerrada y en el bolsillo, tu carta era el puente con la vida, el sí que me daba la vida a la pregunta atormentada: «¿Soy? ¿Es? ¿Somos?». Sí, sí, sí. Todo, sí. Todo, sí, oye, todo sí. Y luego en mi cuarto la leí. La he leído. La leeré. ¡Cuántas delicias! Primero la delicia de ir aprendiendo tu escritura, tu letra, de tropezar en una palabra y descifrarla, por fin. ¡Tu escritura, un modo más de ti, una manera más de vivir tú! Primera carta tuya, en inglés. Júbilo, júbilo, alegría. ¡Sensación festival, inaugural, de promesa, de fiesta! No importa que toda tu carta esté teñida de una sombra de melancolía, tierna y suave.

Así debía ser, así. Pero por encima de esa melancolía, hay algo que me da un gozo sin límite. Esto. «You have taken away the cynicism which was growing upon me.» ¿Es posible? ¿Tendré yo la suerte de ser elegido para en un momento difícil de tu vida salvarte de algo? ¡Qué gran justificación, ya, de mi papel a tu lado, de mi compañía! Ya no es por egoísmo, por lo que debo seguirte a lo lejos en la vida, es por bien tuyo. Soy capaz de serte espiritualmente útil. Y me preparo, ¿sabes?, ante esta espléndida tarea: ayudarte a vivir, arrancarte de las fuerzas negras, de los poderes sombríos que te amenazaban. Y eso por ti, no por mí, ¿sabes? ¡Oh, si tú me hicieras ese favor, dejarme que te sirva! Qué cosa más justa, que tú, que no imaginas tal entusiasmo por la vida, recojas, devuelto a través de mí, ese entusiasmo que es tuyo.

No, no, tú no has nacido ni para el escepticismo cínico, ni para la frivolidad desengañada, no. No te rindas nunca a eso. No te puedo imaginar paseando tu spleen, por terrazas de grandes hoteles, con cualquier ser insignificante. Nunca. Cree en ti, cree en tu valor único, en tu distinción suprema, en la nobleza de tu alma. Y vive de ella. Yo de lejos, de cerca, te ayudaré. Hasta que no me necesites más. Y mira, no tengas temor, oye, de quitar a nadie nada, queriéndome, no. ¡Me lo dices tan delicadamente en tu carta! No, yo no soy ni seré peor para nadie por ti, no. Lo que tú me pides, lo que yo te doy en nada atenta a lo que debo a los demás. Tú en mí no serás nunca nada malo, nada que robe algo a alguien, no. No tengas miedo. Seré cada día mejor. Tú me has alumbrado una nueva riqueza y por eso lo que a ti te doy a nadie se lo quito. ¿Comprendes? Nunca sufras por eso. Eres pura, leal, clara. De ti sólo puede venir luz alta, luz de paraíso.


No tengo cárcel para ti en mi ser.
Tu libertad te guarda para mí.
La soltaré otra vez, y por el cielo,
por el mar, por el tiempo,
veré cómo se marcha hacia su sino.
Si su sino soy yo,
te está esperando.

Pedro Salinas

Traigo para ti

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Traigo para ti desde muy lejos
un traje de amapolas con lunares,
auténticos lunares de la luna,
con un cuello de garza sibelina
y un sombrero con plumas de ave fénix
plumas infantas del ave renacidas...

Traigo lápices de todos los colores
que robé en un descuido al arco iris
cuando andaba de uniones con las nubes.
y hasta diez pergaminos de abedules
donde pintar los cielos del estío
Había mar en la tierra donde anduve
y del mar te he traído algunas cosas
un pañuelo de nacar nacarado
y unas alas de peces voladores.

Negocié con Neptuno más no quiso
deshacerse por nada del tridente
sin embargo te envía un abanico
de coral vespertino y transparente
que hicieron hipocampos artesanos.
Mil erizos te envían alfileres
para tejer con sargazos un abrigo
que te abrigue de las brisas marinas
de la aurora boreal y de las prisas.

Te traigo este poema en que me traigo
a tus brazos desnudo todo entero,
es decir, sin secuelas del camino,
es decir, sin urgencias y en mis manos
te traigo el corazón que una gaviota
me entregó para ti por si quisieras
ir con ella a volar por el espacio
o al interior de alguna caracola
para escuchar al mar desde más cerca
traducir el idioma de las olas.



Carta de Frida Kahlo a Diego Rivera

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" Diego:
Nada comparable a tus manos ni nada igual al oro-verde de tus ojos.
Mi cuerpo se llena de ti por días y días.
Eres el espejo de la noche. La luz violeta del relámpago. La humedad de la tierra.
El hueco de tus axilas es mi refugio.
Toda mi alegría es sentir brotar la vida de tu fuente-flor que la mía guarda para llenar todos los caminos de mis nervios que son los tuyos

Mi Diego:
Espejo de la noche.
Tus ojos espadas verdes dentro de mi carne, ondas entre nuestras manos.
Todo tú en el espacio lleno de sonidos - En la sombra y en la luz. Tú te llamarás Auxocromo el que capta el color. Yo Cromoforo - La que da el color.
Tú eres todas las combinaciones de números. La vida.
Mi deseo es entender la línea la forma el movimiento. Tú llenas y yo recibo. Tu palabra recorre todo el espacio y llega a mis células que son mis astros y va a las tuyas que son mi luz."

El amor desolado

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Yo puse el esfuerzo y ella la desgana
yo el hondo silencio y ella la palabra,
yo senda y caminos y ella la distancia
yo puse los ojos y ella la mirada.

Quise entre mis manos retener el agua
y sobre la arena levanté mi casa,
me quedé sin manos, me quedé sin casa,
fui raíz oscura, y ella tronco y rama.

Para que la cuenta del amor sumara,
ella puso el cuerpo, yo el cuerpo y el alma.
Era toda viento, yo todo montaña,
yo pura resina y ella pura llama.

Una noche oscura se fue de mi casa,
cegaron mis ojos para no mirarla,
para no seguirla cerré las ventanas,
clausuré las puertas para no llamarla.

Puse rosas negras sobre nuestra cama,
sobre su memoria puse rosas blancas
y a la luz difusa de la madrugada
me quité la vida para no matarla.

Yo lo puse todo: vida, cuerpo y alma,
ella, Dios sabe, nunca puso nada,
nada, nada.


Letra de Alberto Cortéz
Musica de José Dicenta Fernandez